miércoles, 15 de junio de 2011

Capítulo 13: Presos en Princelawn

Presos en Princelawn
-L
evántate idiota!
Esa terrible y gruesa voz Thomas la conocía muy bien. Una ola de imágenes poblaron su mente, y el horror le recorrió de pies a cabeza. Volvía a encontrarse con una de sus peores pesadillas.
Sintió miedo y quiso no abrir los ojos pero un golpe en la cara lo hizo saltar de la cama y caer estrepitosamente al suelo. Allí frente a él estaba el mayor enemigo que hasta ese momento había enfrentado, el general Kel Tauron. 

 
El caballero llevaba su armadura completa y una espada de gran tamaño. Buscaba venganza y Thomas vio cómo aún cojeaba por la herida en la pierna, producto de su anterior encuentro.
«Es imposible»—pensó para sí—. «¿Cómo llego hasta aquí antes que nosotros?
— ¿Pensaban que podían escapar?—le gritó—pagarás caro tu ofensa, Thomas Tengel.
«Conoce mi nombre… ¿pero cómo?
—Ya sé todo acerca de ti, maldito gusano. Y tú debes saber que yo nunca muero, menos con alguien como tú, basura de Thoren. Pequeñeces de las que nadie se preocupa. Te introdujiste donde no debías y morirás tan lentamente que me suplicarás que te mate de una vez por todas. ¡Levántate de una vez!
El general lo tomó de la chaqueta y le propinó otro golpe en la cara. Thomas sintió la sangre correr por su mejilla. Tauron le amarró atrás de la espalda sus manos con una firme soga. Thomas no trató de oponerse pues sabía que sin su espada no lograría nada.
Cuando la luz del día tocó sus ojos, logró percatarse de dónde se encontraban. Los Caballeros de Princelawn habían tomado preso el galeón y los llevaron hacia Mirarie el puerto de este país. El paisaje era terrible, la ciudad estaba invadida de guerreros con armaduras y grotescas espadas. Aquel desolado puerto parecía acompañar el clima: negros nubarrones cargados de lluvia que pronto comenzaría a caer sobre la tierra, acompañada de un vendaval corrientoso que hacía flamear sus cabellos. Princelawn era un reino de desolación.
Thomas pudo ver cómo los demás también estaban allí. Relid, Oriele, Edwirdan, Eridriel y Erkerd estaban atados igual que él y los guardias los tenían vigilados. Entre toda la otra tripulación del barco, se hallaban Eriol, Daione y Celes. Por alguna razón a ellos no los habían apresado.
— ¡Los sacaremos de aquí!—gritó Eriol—no se preocupen.
— ¡Cállate, si no quieres irte con ellos!—amenazó Tauron—no comprendo cómo Asfold permitió que quedasen libres…
Thomas no podía dejar que aquello ocurriese. Que Celes, Eriol y Daione estaban en libertad era un hecho favorable, no debían caer también en su situación. Saldrían de Princelawn, pero les tomaría tiempo. Solo existía una solución. Lo que era mejor para todos.
—Nos vemos en Gaeria. Márchense. Nosotros los alcanzaremos.
Los demás callaron. Quizás pensaban igual. Thomas no podía saber lo que pasaba por sus mentes en esos momentos, pero intuía un sentir común. Todos querían que Celes, Eriol y Daione escapasen de aquel lugar, que pudieran eludir lo que ellos pasaban.
— ¿Estás loco?—rebatió Eriol—no los dejaremos aquí. Ni lo pienses.
—Rodric—sollozó Celes—no me quiero separar de ti.
—No será por mucho tiempo—la tranquilizó—nos veremos en Gaeria.
—Ya les dije que…—había comenzado a decir Eriol, pero Thomas lo miró fijamente. Quería transmitirle todo su sentir a través de su mirada. Debían confiar en él.
—Vamos a salir de aquí. Eso nunca deberías dudarlo. Pero es necesario que ustedes se marchen, no empeoren las cosas. Vayan a Anduin y tomen un barco a Gaeria. Es la única opción. No hay motivos para su demora.
—no nos iremos…los esperaremos en Anduin—dijo Daione.
—No tiene sentido. El mensaje debe ser entregado cuanto antes ¡Márchense por favor!
Tuvieron que atravesar la gran multitud que se agolpaba para ver a los presos. Les gritaban cosas y les lanzaban basuras. Parecían todos unos pordioseros, gente vulgar, marginal, criminal. Thomas no percibía el ruido de aquella muchedumbre de mendigos, sólo el sonar de sus propios pensamientos. Necesitaba idear un plan de cómo salir de allí. Lamentablemente, todas sus ideas implicaban el enfrentamiento físico. Y no sabía si serían capaces de vencer.
En unos instantes los llevaron a una cárcel lóbrega y sucia, allí dejaron a los seis juntos en una celda mal cuidada y luego se marcharon sin decir nada.
—Es nuestro fin—dijo Rodric—llegamos a donde nunca quisimos y sin poder hacer nada.
Thomas parecía tranquilo, pero por dentro estaba lleno de rabia y furia. ¿Cómo habían llegado a aquella situación? Por donde lo miraba algo parecía no encajar. No comprendía cual era el motivo real de todo lo que ocurría.
—No me voy a rendir así de fácil—dijo Thomas—estamos muy cerca de Anduin y allí llegaremos. Eso se los prometo.
—Pero no hay forma de escapar—dijo Erkerd—todas nuestras pertenencias las tienen ellos…sin ellas somos como guerreros sin espadas en medio de un ejército de un millón de soldados.
—Oh. Discúlpanos Erkerd—dijo Rodric—es nuestra culpa y no mereces esto. No tienes nada que ver con nuestros problemas anteriores.
—No hay problema, por lo menos conocí a gente maravillosa que no olvidaré sea donde sea. Además yo insistí en viajar en el barco…de no ser por mí ahora estarían en Fanalis tranquilamente.
—Eso no es así—dijo Thomas—aquí estamos porque las cosas funcionaron mal. Nada es culpa de nadie.
— ¿Bajo qué cargos nos tendrán aquí?—pregunto Eridriel—golpear para sobrevivir no es un delito. Ni siquiera presentaron a un Juez.
—No creo que sean amigos de la justicia—le respondió Oriele—pero tienen el poder necesario para evadir la rectitud.
—yo…—balbuceo Edwirdan
—Usted nada.
Esa voz vino de un hombre que acababa de ingresar a la mazmorra. Estaba muy bien vestido con una gabardina negra, un pañuelo azul en el cuello, guantes y muchas medallas, llevaba unos símbolos extraños en los guantes negros y estaba arreglado por completo con oro y zafiros y una espada larga y blanca. Era muy alto, podría decirse que bien parecido, pero en su semblante irradiaba el odio y la maldad. Tenía el cabello corto de color negro y una barba perfectamente rasurada.
—Mucho gusto—se presentó—soy el conde Ian De Asfold, rey interino de este país. La verdad no es una grata visita en nuestro reino. Ustedes son una carga para nosotros. No conocía hombre capaz de derrotar a Kel, es usted muy fuerte señor Thomas. Sé su nombre pues he investigado mucho. Ustedes también son conocidos para mí, el imperio de Princelawn es muy poderoso. Ni se imaginan cómo puedo obtener información chasqueando solamente los dedos.
— ¡Sáquenos de aquí!—le gritó con furia Thomas— ¡no hemos hecho nada para que nos encarcelen! Es mejor que lo hagas o te arrepentirás.
—no me amenace, señor Thomas. Según su punto de vista no ha cometido delito alguno, mi estimado amigo, pero para nosotros es un pecado imperdonable escapar de la colonia en Darekhano transgrediendo la ley y además herir a nuestros mejores soldados que solo tenían la orden de no dejar salir a nadie de su asentamiento. Ustedes merecen la pena de muerte por sus transgresiones.
»Pero he venido a negociar con ustedes pues no quiero que se pierdan vidas tan valiosas.
—Habla luego, Asfold—le dijo Rodric— y explica lo que quieras mientras sea de sacarnos de aquí.
—eso es exactamente lo que yo deseo. Les ofrezco que se una a nuestro ejército, y a los demás que sean parte de nuestro reino. Sé muy bien que practican distintas artes que serán muy provechosas para el imperialismo y conquista que estamos pronto a realizar en Ellegardia… y en Amedrialth, si nuestras fuerzas se multiplican y ustedes aceptan ser parte de la gran Supremacía.
— ¡No seas imbécil! ¡Jamás nos uniríamos a un país tan detestable como este!—le gritó Thomas—juegan con el sufrimiento de las demás personas y derraman sangre como si se tratara de algo divertido o que causara entretención. Ver morir personas que no tienen culpa y que un desquiciado hombre tome el poder de un país son patrañas de un monstruo asqueroso.
Oriele que parecía muy tranquila se acercó al hombre y le dirigió su mirada más fría y penetrante.
—antes que pertenecer a esta escoria, preferiría morir.
El conde ni siquiera se inmutó.
—usted me obliga Señorita Wian. Bien, entonces dentro de tres días serán ejecutados. Sin embargo no soy tan malo. Les ofrezco otra oportunidad, piénselo, tienen toda la noche y parte de la madrugada. Adiós por ahora y les deseo lo mejor.
»Y si es que lo quieren intentar les digo desde ya que no hay forma de escapar por si así lo desean y espero que acepten mi proposición.
El conde salió de la cárcel con una malévola sonrisa y seguido de su detestable escolta.
— ¡estas totalmente loco! —Le gritó Rodric—primero prefiero ser parte de Darkegrim.
—Rodric tranquilo—le dijo Edwirdan—debemos idear un plan.
Fue así que transcurrieron dos días más. Lo único que Thomas había podido pensar era que debían estar fuertes para enfrentarse ante la inminente lucha. Durmieron bien y se alimentaron lo máximo posible con lo que el carcelero les daba. No se habían dado por vencidos, mientras su corazón latiese, lucharían. Así pensaban todos.
Al atardecer del segundo día una voz irrumpió la quietud de la sala.
—tienen visita.
Entonces apareció una joven. Debía tener unos veintiséis años. Tenía largos cabellos rubios, estatura media y tez blanca. Llevaba una joya de Volcán como medallón que decoraba su largo vestido blanco. Su rostro era sereno, gentil. Sus modos, delicados y armoniosos. Cuando les dirigió la mirada, Thomas pudo ver en sus cristalinos ojos verdes, sinceridad y bondad. Quizás fuese un juicio totalmente subjetivo, pero podría haber asegurado las buenas intenciones de aquella joven, aun antes de conocer cuál era su intención para con ellos.
—Buenas tardes—dijo con una voz suave y delicada. Su acento era extraño. Thomas nunca antes lo había escuchado. —Soy Alasye, mucho gusto en conocerles.
— ¿Qué quieres?—le pregunto fríamente Oriele—ya dijimos que no queremos unirnos a ustedes.
 —Lo sé. Pero no vengo a eso si no que a ayudarlos a escapar de aquí.
— ¿Qué?—Thomas estaba muy extrañado ¿Quién podía ser esa extraña joven?— ¿por qué nos quieres ayudar si no nos conoces ni nosotros a ti? Además es imposible, no hay forma de vencer a los caballeros.
—Los sacaré porque esa es mi misión.
            Thomas volvió a observar detenidamente a la joven. Era hermosa, pero su verdadera belleza no era su apariencia física, si no la atmosfera que la envolvía. Un aura de vida, paz y seguridad que lo atraían peligrosamente. Se preguntó si no sería una especie de bruja ejerciendo una atracción sobrenatural sobre él.
— ¿Quién te envía esa misión?—le preguntó Thomas.
—Pronto lo sabrán. Deben venir conmigo a Sentres. Por ningún motivo pueden ir a Gaeria.
Lo sabía. Aquella joven de nombre Alasye sabía que ellos irían a Gaeria. ¿Cómo podía ser posible?
— ¿Cómo sabes eso?—dijo Rodric— ¿Quién eres en verdad?
—Hay muchas respuestas para tus dos preguntas. Pero no es el momento de las respuestas.
— ¿Por qué dices que no debemos ir a Gaeria?—le preguntó Thomas.
—No puedo decirles nada aún. Pero necesito que me prometan que si los saco de aquí irán conmigo. Es importante.
—No podemos—le dijo Rodric—le prometimos a nuestros amigos que los seguiríamos a Gaeria. Además debemos llevar un mensaje de suma importancia para los habitantes de aquel lugar.
—De que vengan conmigo depende la vida de toda Gaeria.
¿Hablaba en serio? Thomas no comprendía nada. Pero Alasye parecía empecinada en no revelarles ningún detalle importante. Se preguntó si los demás también sentía esa atracción hacia la joven, o por el contrario, solo el sentía una inexplicable y abstracta fijación con todo el ser de Alasye. Nunca antes le había pasado algo así.
—Deben creerme y confiar en mí. Yo también me preocupo por la vida de todas las personas en los Puertos Nórdicos. Pero al venir conmigo es la única forma de salvarles.
Todos guardaron silencio. Al parecer, aún no creían en ella.
A pesar de no tener ninguna credencial, Thomas le creía. No podía creer que en esos ojos tan puros, pudiese esconderse una mentira. Alasye les decía la verdad, debían ir con ella.
—Escúchenme, sé que tienen muchas dudas, pero ahora no es el tiempo para resolverlas. Mientras nosotros conversamos, alguien intenta liberarlos. Es de suma importancia que vengas con nosotras…
— ¿Cómo lo hará para liberarnos?—le pregunto Rodric—Asfold nos odia…supongo que no lucharán contra él y sus soldados.
—No desconfíen de mis habilidades.
— ¿Podemos confiar en ti…en ustedes?—le pregunto Eridriel.
—No soy una mala persona, tan solo quiero ayudarlos—Alasye le tendió una carta a Thomas—. Acá están instrucciones claras de lo que tendrán que hacer esta noche.
—Gracias por ayudarnos—le dijo Thomas.
—De nada. Como les dije, esta es mi misión. Ahora me marcho, nos vemos en la noche y traten de dormir y acumular la máxima energía posible, será una dura batalla en contra de toda la ciudad. Adiós.
Thomas observó la delicada silueta de la joven a través de los barrotes de la prisión. La atracción no desapareció con la ausencia de Alasye. Había algo en ella que lo desconcertaba. El sentimiento de unión era evidente. ¿Sentiría acaso ella algo parecido? Thomas necesitaba encontrar respuestas a esas interrogantes en forma urgente.

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