domingo, 19 de junio de 2011

Capítulo 14: Negociación

Negociacion
Krystalia comprobó cómo el invierno había llegado a aquella parte de Ellegardia cuando la bufanda de lana que llevaba al cuello no impidió que sintiera el frío en el cuello y las orejas se le pusieran rojas producto del viento que soplaba en el castillo de Mirarie. El invierno. En Ipsirion nunca hacía tanto frío, lo que era extraño considerando que Amedrialth estaba más al norte que Darkegrim. Generalmente la estación llegaba con fuertes lluvias y vientos. Tan solo los sectores cercanos a las montañas conocían la nieve y las heladas. En la Torre de los Vestigios estaba acostumbrada al cálido ambiente que se generaba en las amplias salas de lectura o el los atrios bajos. Amaba leer manuscritos antiguos sentada cerca de una chimenea escuchando la lluvia caer.

Pero ahora sentía frío. Como un gélido relámpago la recorría en la espalda. Aquel frío sólo podía ser sentido en la tierra del invierno eterno: Darkegrim. Krystalia sentía que realmente estaba allí.
Asfold la miraba fijamente, sin decidir a soltar una palabra. El rostro era inescrutable. Los negros ojos apenas se movían, pero podía percatarse que el hombre estudiaba cada gesto de ella. Más aún, estudiaba su interior. Krystalia sabía que la negociación sería un asunto difícil, pero tenía varias formas de lograr sus objetivos. Muchas veces había tenido que negociar para comprar manuscritos históricos que estaban en poder de todo tipo de personas. Desde hombres acaudalados y arrogantes, hasta ignorantes y sucios campesinos. Y nunca había perdido el juego.
—Te repito, estoy dispuesta a pagar lo que consideres necesario ¿Cuánto pides por los prisioneros?
—Es una oferta tentadora—dijo al fin el hombre—. Pero me temo que no puedo aceptarla.
A pesar de que su rostro seguía pétreo como la primera vez. Krystalia pudo ver que realmente estaba incómodo. El hombre quería el dinero, pero no podía aceptarlo.
—Puedo ver que temes a algo—le dijo. —Si es por eso, también puedo arreglarlo.
—Estos prisioneros son importantes para alguien. Ya he realizado un trato con otra persona.
Un agente de Darkegrim, pensó Krystalia. Seguramente un Arkaadorm. Lo más probable es que le hubiese ofrecido a Ian de Asfold el reinado de Ellegardia. Tenía que superar esa oferta.
—En Amedrialth serías de gran ayuda. Si aceptas venderme a tus prisioneros, podría darte un alto cargo en Ipsirion…quizás el Conde de Magerst, una tierra donde abundan las minas de oro y plata. Lamentablemente no hay línea sucesoria que se ocupe del gobierno de aquel lugar. Estoy segura de que serías perfecto para ese cargo. Además podrías conocer todos los secretos de Amedrialth.
La cara de Asfold era inescrutable. Krystalia no pudo saber si la oferta era tentadora o no. Debía ser más convincente.
—Me alaga la oferta, pero aun así, no puedo aceptar.
—Esos prisioneros son importantes…y creo que tú sabes la razón de su relevancia. Si no me los vendes, una guerra empezará. No creo que estés preparado para luchar contra Amedrialth y los Cinco Reinos.
Un recurso estúpido: la amenaza. Funcionaba en los campesinos ignorantes, pero nunca en los poderosos. Ya estaba desesperada, necesitaba jugar bien las piezas, pero parecía que fallaba. Había tanto que perder.  No era una amenaza cualquiera, ningún ejército, por más loco que su rey estuviese, se atrevería a pisar Amedrialth. Menos aún luchar contra soldados de los Cinco Reinos.
Sin embargo tan sólo quedaban dos que podrían ser llamados Reinos. Ipsirion y Andrin eran los únicos que quedaban en Amedrialth y aún así eran sólo un recuerdo del esplendor que estos habían tenido tiempo atrás. Tanto Andories como Haladris estaban deshabitados, desde la migración de los Sabios hacia Begaref. Y en Kael sólo moraban tribus y pueblos anárquicos, que no deseaban contacto con los Reinos mayores. No obstante, tan sólo Andrin tenía el poder necesario para subyugar toda Ellegardia. Y esperaba que Ian de Asfold supiera eso.
—No es necesario amenazar—dijo una voz. Krystalia vio como a través del pasillo avanzaba un hombre algo, de largos cabellos rubios y ojos claros. Vestía de rojo y llevaba un tridente en su mano. En su pecho podía ver una runa. Aquel hombre tenía sangre de los Sabios. —El señor Ian no puede aceptar su oferta por más tentadora que sea. Ya tiene un acuerdo conmigo.
Entonces el relámpago helado la cruzó entera, desnudándola ante el frío del invierno. Muchas veces se preguntó qué sentiría cuando estuviese en esa situación, pero nunca pensó que sería frío. El más congelador estremecimiento la recorrió cuando aquel hombre entró.
Asfold se levantó de su asiento e hizo una reverencia. El hombre se sentó a su lado, al otro lado de la mesa y observó fijamente a Krystalia. Con solo esa mirada, ella pudo darse cuenta de dónde provenía. Una mirada carente de calor, helada como una roca. Pero en sus ojos ardía otro tipo de calor, una fuerza enorme que dejó a Krystalia petrificada por algunos segundos. Cuando volvió en sí, se reprochó su actitud. No podía parecer menos ante ese hombre, ella era muy superior a él.
—Debí saber que tenías tratos con Darkegrim, Asfold.
—Dejemos al señor Ian de lado—le dijo el hombre. —Creo que esta negociación nos confiere a nosotros dos. Mi nombre es Raziel U’then’kel. Príncipe de Fungoruth.
Por supuesto que era un Arkadoorm. Un ser al servicio de Maldrek’Deaûl. Esa denominación había aparecido por primera vez durante la última guerra. Se decía que eran una falsificación de los Endragorn, engendros creados para vencer a los héroes de la edad antigua. Al parecer la historia volvía a repetirse.
—Mi nombre es Krystalia Athelus.
Bastó la pronunciación de su apellido para que la cara de Raziel cambiara. Krystalia sabía la razón. Finalmente la aparición de aquel hombre había facilitado las cosas.
—¿Te envía Eldrbeth? ¿Es tan cobarde que no es capaz de hacer su propio trabajo y envía a una niña en su lugar?
—Mi padre está ocupado en otros asuntos. Escúchame, tienes alguna idea de cómo vamos a arreglar este pequeño problema.
—Simplemente no puedo entregártelos. Sería hombre muerto.
—Tampoco puedes matarlos. O ya lo hubieses hecho mucho antes. Ambos los queremos vivos.
Raziel no respondió, pero la siguió mirando fijamente.
—Estás en una posición delicada, Raziel U’then’kel.
—Hace unos instantes pude ver a una mujer que hablaba con ellos. Al parecer es tu aliada.
—Ella es mi plan de emergencia. Por si tenía que usar la fuerza. Pero teniéndote aquí, no lo creo necesario.
Raziel sonrió. Pero la mirada no dejó de escrutarla. Krystalia casi podía sentir como leía cada uno de sus pensamientos. Y el frío no quería desaparecer.
—Te propongo un trato—le dijo Raziel—. Creo que nos beneficiará a ambos.
—Ya veremos, soy toda oídos.
—Quizás podemos hacer una pequeña función. Ocupas tu plan de emergencia y destruyes algo de esta ciudad. Todos creerán que han escapado, que tú me los has robado. Así puedes llevártelos.
— ¿Y tú que ganas?
—Debes llevarlos a las Minas en las Montañas Fantasmas.
Krystalia quiso preguntar el porqué, pero se detuvo a analizar la situación. Seguramente Raziel no podía matarlos, pero sus órdenes eran claramente aquellas. Pero algo no calzaba. No lograba llegar a comprender cuáles eran las verdaderas intenciones de aquel hombre, príncipe de Darkegrim.
— ¿Para que los trajiste presos a este lugar?
—Para exterminarlos, por supuesto—interrumpió Asfold, quien había estado en silencio desde la llegada de Raziel—. Son las órdenes expresas desde Darkegrim. Y creo que no comprendió el sarcasmo de mi Señor Raziel. Por supuesto que no puede llevárselos. Una vez muertos el mundo será nuestro.
— ¡No te entremetas, Asfold!—Raziel parecía enfadado—. Yo hago lo que se me antoje.
—Pero mi Señor…no podemos dejarlos libres…Si Maldrek’Deaul se entera, entonces…
— ¿Y quién se lo dirá? ¿Tú?
Krystalia pudo ver en el semblante de Ian de Asfold el más grande terror que pudiera presenciar. El temor de saber que el final de todo está cerca. Que ya no habrá nada más. Definitivamente, aquel era un día muy helado.
—Mi Señor no puede hablar en serio…yo…necesito a Edwirdan Argoz, su poder…su secreto.
Raziel parecía controlar sus emociones de manera perfecta. En ningún momento Krystalia pudo entrever ni adivinar qué pasaba por su cabeza. Ni mucho menos prever cuáles serían sus acciones.
—Lo siento, Asfold. Me serviste bien, pero nadie puede saber esto. Nadie.
Cuando Asfold cayó al suelo, la herida de tridente en el pecho derramó un río de sangre que se abrió camino por la alfombra blanca de la sala. No era roja, era casi azul, producto del frío penetrante del invierno en Ellegardia. Krystalia no se permitió sentir compasión. Era un enemigo menos y en esta guerra cada pequeña batalla ganada contaba como un gran triunfo. Pero aquella escena pareció acentuar el sentimiento de desnudes. ¿Quién era realmente Raziel?
—Nos vemos en las minas—fueron las escuetas palabras de Raziel—. Y si no cumples tu parte del trato, puedes considerarte muerta.
—Sabes que tampoco puedes matarme…
—Si no llegas, entonces soy hombre muerto. Ya nada me importará. Ni siquiera que seas un Endragorn.

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