domingo, 27 de junio de 2010

Capítulo 4: Las Montañas Fantasmas




N
o fue un viaje corto ni agradable. Estaban lejos de las fronteras y pararon unas dos veces para comer y darle de beber y alimentar a los caballos. De todas formas estos eran veloces y llegaron en dos días al linde de Alcarf y Deiru, en una pequeña ciudad llamada Kal-meldrier, donde durmieron unas cuantas horas más. Luego continuaron por varios días más. Las jornadas eran monótonas. Las conversaciones no pasaban más del saludo matinal y unas cuantas preguntas mientras comían. Pero en la cabalgata, el silencio dominaba el viaje. Cada cual se sumía en su propio mundo, todos tenían algo en que meditar.



Estaban agotados y sus caballos igual. Según el libro les quedaba aproximadamente de cuatro a cinco horas para llegar al pase de Rotham así que decidieron descansar, de todos modos dormirían en las Montañas Fantasmas. Esa idea parecía aterrar a Rodric por el sólo hecho de pensar en pasar un segundo en el antro de dragones, fantasmas y criaturas de Enophrian.
Thomas no tenía problemas en ello. No creía en los fantasmas y las bestias salvajes eran fáciles de vencer. A su mente venía la última gran batalla que había librado: la Guerra de los Garrios. Las horrendas criaturas habían llegado desde el océano Darienlo en sus galeones oscuros. Querían obtener las tierras de Thoren, Ish y Rook. Los tres reinos debieron aunar fuerzas para hacerles frente y Thomas fue elegido como el Comandante General de todo el ejército que se creó gracias a la Alianza. Sin duda había sido la batalla más difícil. Los garrios peleaban salvajemente, medían más de dos metros y poseían unos brazos enormes y brutales. En más de veinte ocasiones, Thomas estuvo al borde de la muerte. Sin embargo, lograron vencer y aniquilar al enemigo. Después de aquello, no podía sentir miedo. Los Fantasmas no existían, todos los cuentos referentes a la Zona Fantasma eran patrañas.
—No quiero dormir en las Montañas Fantasmas—seguía rezongando Rodric—los dragones salvajes son destructivos y comen carne humana. Y sin hablar de los Feligs, Barrenadores y…bueno quien sabe si hay algún Garrio.
En cierto modo tenía razón. Aquellas creaturas eran bastante peligrosas. Aunque las probabilidades de encontrarse con alguno eran mínimas. Todos, absolutamente todos, habían sido exterminados. Si alguno hubiese quedado vivo, ya se habría oído de él en Ellegardia.
—No hay más opciones—le dijo Thomas con un tono tranquilizador—de todos modos lo haremos. Viniste por tu cuenta y siempre supiste que tendríamos que atravesarlas para pasar a la costa ¿Recuerdas la batalla contra los Garrios en la Costanera De Gombinduur? Tú fuiste el gran héroe con tu espada y tu flecha, el mejor espadachín de Thoren y el segundo al mando del ejército ¿Por qué temerle a esas horrendas y asquerosas criaturas? Ya mataste casi mil, solo debes pensar un poco más, a tu cerebro le hace falta un buen golpe en la cabeza para comprender que no hay problema.
Rodric parecía furioso. Pero Thomas esperaba que reflexionara en las palabras que le había dicho. No le gustaba regañar a Rodric, pero en ocasiones era necesario. Podía llegar a ser muy empedernido si se lo proponía.
—Pero yo he oído que a estas montañas les dicen así porque están llenas de fantasmas y espíritus del más allá—al parecer todavía podía continuar— ¿Qué sucedería si nos ataca algo así como un Oso Negro? O el espíritu de Maldrek’Deaûl…tal vez las montañas son su nueva morada y los Sabios Oscuros han llegado a Ellegardia…
¡El espíritu de Maldrek’Deaûl! Era lo más estúpido que Thomas había escuchado de boca de Rodric. La primera vez que ese nombre llegó a sus oídos, fue en la escuela de Reseón. La maestra estaba enseñando historia y llegó el momento de hablar de la Gran Guerra. En ese momento habían escuchado palabras como Endragorn, Amedrialth y por supuesto Maldrek’Deaûl. Luego comenzó a conectar historias gracias a los cuentos de Brass-Volcanos. Los Endragorn, quienes entrenaban en Gaeria, habían derrotado a Maldrek’Deaûl, el cual antes también había sido uno de ellos. Sin embargo, estas historias estaban llenas de contradicciones. Supuestamente el líder de los Endragorn, un Sabio llamado Seronath, había matado al Enemigo ¿cómo se podía tener certeza de esto si había sido encontrado muerto en Darkegrim? Además el cuerpo de Maldrek’Deaûl no estaba allí. Esas historias lo desconcertaban, pero comprendía que a través del tiempo los relatos cambiaban. Quizás hace trescientos años ocurrió algo muy distinto a lo que hoy se contaba. Pero sin duda, entre todas las narraciones oídas, la que más le llamaba la atención era la que refería a los Eryadri. Según un libro muy antiguo, Maldrek’Deaûl pertenecía a los Eryadri. Cuando fue expulsado como Endragorn, se había transformado en uno de ellos.
Los Eryadri eran cuatro. Se decía que habían sido los más grandes héroes en alguna época remota, mucho antes de que la historia fuese escrita. Pero que con el tiempo se habían vuelto hacia la maldad. Tenían el poder de la longevidad y una fuerza superior a la de cualquier guerrero del mundo. No obstante, Thomas no conocía ningún ataque de estos seres a algún reino en todo el planeta. Si fuesen tan malvados, habrían trazado algún plan para conquistar el mundo. Lo único que se sabía, era de su ataque en la Gran Guerra, en la que sólo uno, supuestamente, había participado: Maldrek’Deaûl. A Thomas esta información no le calzaba, no tenía sentido. Si alguna vez pudiese estudiar más a fondo, le gustaría poder resolver aquel misterio.
De pronto un grito espeluznante de un animal perturbó a todos.
—Es tan solo una mentira—dijo tratando de calmarlo Eriol—Maldrek’Deaûl murió hace varios años ya.
—Sí, amor. No debes temer de lo que no es cierto— aseguró Celes—te has enfrentado a peligros mayores y guerreros con armas mágicas o encantadas con hechizos malignos, no le temerás a monstruos que existen en solo fábulas o espíritus que han sido inventados en sueños de locos imaginarios, los fantasmas son solo leyendas.
—Y Gaeria también lo era—discutió Rodric—Si algo hemos aprendido es que las leyendas más fantásticas son reales y que no debemos dejarnos llevar por los cuentos que crea la gente como que los fantasmas no existen o que son mitos de la urbe. Desconfíen más un poco…en la confianza esta el peligro.
—No puedo creer que el líder de tropas del ejército de Thoren les tema a los fantasmas—dijo Oriele. La mujer parecía cansada ya de la palabrería de Rodric. —Cuando te conocí me imaginé un hombre más valiente. Mira a tu novia, ella no tiene miedo, debería aprender.
Rodric quedó helado ante la frialdad con la que Oriele le había hablado. Su rostro no parecía tener la más mínima expresión. Thomas ya la conocía. Oriele no tenía ningún problema en decir lo que pensaba, a expensas de si hería alguien. Podía ser muy hiriente, él ya lo había comprobado.
—Pues no le temo a los regimientos en una guerra, porque sé cuáles son sus ataques, y créeme que no me costaría nada vencerles. Pero un fantasma es algo distinto ¿Cómo voy a saber si van a atacar?
—No te preocupes—Añadió Eridriel en un todo mucho más dulce que su hermana— yo también tengo miedo, pero sé que si aparece un monstruo lo derrotaremos, debemos confiar en nuestras habilidades. Nunca se dijo que sería fácil.
Thomas no pudo evitar sonreír ante tan dulces palabras de Eridriel. La joven era tan alegre y cordial que no parecía haberse criado con alguien tan huraño como Oriele. Thomas nunca había querido indagar mucho sobre aquel asunto. La mayor de las Wian siempre había tenido esa actitud fría, orgullosa y a la vez inexpresiva. Si bien a Thomas no le incumbía el asunto, en una ocasión  le pregunto a Eridriel la razón de tal comportamiento, a lo cual la muchacha le había respondido que su niñez fue muy dura y Oriele se había llevado la peor parte. Después de eso, Thomas decidió no investigar más y sólo aceptar a Oriele como fuera.
—Está bien—continuo Rodric— pero si Celes queda viuda antes de casarse ustedes serán los culpables ¿permitirían acaso tal injusticia y dejarían a una pobre mujer sola sin un hombre que la proteja?
—No lo digas ni en broma—le regañó Celes—si algo te pasa…te mato yo por segunda vez.
Así continuaron su viaje entre risas y miedo por lo que venía. Al menos hacían más ameno el viaje. Thomas prefería eso al silencio sepulcral se los días anteriores. Aunque él también viajara en silencio, le gustaba oír a los demás. Su mutismo se debía a que su mente divagaba en demasiada información. Lo que más le llamaba la atención era que los sueños de la mujer que se le aparecía en sueños, habían desaparecido. Quizás eso significaba que estaba por buen camino, que lo que ella deseaba era que viajase a Gaeria.
Lo otro que ocupaba su mente, era el poema. Tenía doce años cuando su padre se la dio, junto a la espada que llevaba colgado en su cinto. Junto a eso, le había dicho que él no era su padre verdadero. Para Thomas fue un golpe muy profundo, recodaban las tardes completas, ensimismado en su dolor, en la pena de saber que Icen Tengel no era parte de su sangre. Sin embargo, poseía un regalo de sus padres reales. Una espada y un trozo de papel. Icen le había dicho que cuando lo había recibido de brazos de sus padres, ellos le habían dado aquellos obsequios. Desde aquel entonces, Thomas leía una y otra vez aquel poema, porque sabía que se trataba de algo importante. De algo que le daría sentido a su vida.
Y ahora estaba a punto de entenderlo todo. Cuando llegara a Gaeria, todo tendría sentido.
Llegaron a las Montañas Fantasmas en unas horas más, se veían tenebrosas y toda la niebla que las cubría les daba un aspecto muy sombrío. Realmente la Zona Fantasma era un lugar espeluznante.
Era casi de atardecer y debían darse prisa para que los guardias no los sorprendieran. Si los descubrían morirían en la hoguera por cometer brujería y faltar a las normas del Reino de Deiru.
—Que suerte que no hay de éstas en Thoren –Dijo Thomas observando las cimas nubladas —de verlas da mucho miedo. Entiendo a Rodric, pero estoy decidido a cruzarlas pues es necesario para llegar a Gaeria y concluir la gran odisea en la que somos protagonistas. Escribiré algún día esta historia.
—Si quedamos con vida—acotó Rodric.
—Unas dos horas más allá está el pase de Rotham—indicó Oriele— ¿Vamos o descansamos y comimos algo?
—Mejor salir de las montañas lo antes posible—Dijo Rodric
—Es lo más elocuente que has dicho, estimado amigo—bromeó Eriol.
En exactas dos horas llegaron a un río caudaloso que se adentraba a las montañas. Por medio de una caverna que se veía muy tenebrosa y llena de estalagmitas y olores fétidos. En otro tiempo debió ser un escondrijo de Garrios.
—Es aquí—dijo Eridriel. —Cruzando el río esta el pase de Rotham y nuestra única posibilidad de llegar a Gaeria, acompáñenme para que no nos asustemos y desmayemos por el olor. Esto está asqueroso.
Los seis entraron en la cueva, estaba muy sombrío y el olor era aun más repugnante dentro. En unos cuantos minutos salieron al exterior nuevamente y divisaron un sendero un poco estrecho. Aun había luz de día y el atardecer visto de allí era hermoso. Pues la niebla no se lograba percibir. Aspiraron el aire más o menos limpio y llenaron sus pulmones de oxigeno y su cuerpo de valor. Aun así el lugar tenía pasto y rastro de animales muertos y objetos en descomposición, los caballos respiraban hondo para no percibir el aroma de las funestas bestias.
—Este camino nos llevara a Darekhano—dijo Eridriel—Los Deiruinos les temen mucho a estas montañas por eso es que nadie más que Dreggett tuvo el valor de cruzarlas, nadie nos molestará y seguiremos tranquilos.
— ¿Todavía sientes miedo Rodric?—preguntó Eriol—si las ves bien no son tan tenebrosas por debajo, es arriba en toda la niebla donde moran cosas extrañas. ..
—No es miedo —explicó enojo—es… bueno… ¡que te importa!
Todos rieron pues ya no temían a las montañas.
Ya se hacía de noche y aparecían las estrellas, Ilis y Aras, las estrellas de los Disparadores Anduinos brillaban más que nunca. El sendero parecía seguro y caminaron las dos primeras horas muy serenos y en silencio.
El sol comenzó a bajar lentamente hasta meterse entre los cerros costeros. El crepúsculo había comenzado.
—Falta una hora casi para que anochezca y cinco para que crucemos las montañas, si calculo bien—dijo Thomas—de todos modos no me gustaría que nos sorprendieran dormidos. Pero no hay más…
— ¿También les temes a los fantasmas?—Pregunto Oriele en tono burlesco—me sorprendes Thomas.
—No es eso—contesto rápidamente ante el odioso comentario de la mujer. Si seguía así, se ganaría la enemistad de todos—Pero todos saben que las montañas son hábitat para los animales salvajes. No me gustaría encontrarme con un Felig o con un mismísimo dragón, nadie es bueno peleando contra ellos. No nos vamos a poner presumidos si sabemos lo que los Feligs son capaces de hacer.
—No digas eso—dijo Eridriel, temblando—a lo único que más le temo es a los Feligs o a un dragón. Ahora si me asusté al pensar en los Felig, a ellos si les gustan las planicies y es seguro que los Garrios de la cueva fueron devorados por esas criaturas.
—Entonces creo que si debemos dormir aquí—dijo Rodric— es conveniente hacer turnos, por lo mismo que dice Thomas, los animales salvajes pueden atacar en cualquier momento y si todos duermen todos mueren, ¿Qué opinan?
Todos estuvieron de acuerdo con la idea de Rodric y todos comentaron también que por fin se estaba despejando su cabeza y mostrando su verdadera identidad de guerrero y estratega. A Rodric no le hizo mucha gracia su sarcasmo.
Thomas fue el primero en hacer guardia, luego le correspondió a Rodric y por último a Eriol. Oriele protesto durante mucho rato que ella también quería hacer guardia—todos sabían que era para hacerse la valiente—pero nadie la dejó y sólo terminó cuando la venció el sueño y se tumbó a dormir hasta el día siguiente.
Así amaneció tranquilamente. Entre el ruido del rio y el cantar de los pájaros un nuevo día surgía en las Montañas Fantasmas.
Habían pasado la noche en aquel aterrador lugar, una hazaña digna de valientes. Esto era una parte importante en la historia de los pueblos menores, pues hacia doscientos años que nadie se atrevía a cruzar los tenebrosos montículos.
Aun así, nunca habían visto una mañana tan tenebrosa como aquella. La niebla no dejaba ver bien y hacía mucho frío, decidieron comer un poco y seguir su viaje para llegar cuanto antes a Darekhano.
—Qué bueno que no sucedió nada anoche—dijo Rodric—me costó mucho dormir.
—te dije que los espíritus no existían—le aseguró Eriol—o tal vez se asustaron de ti, por tu magna espada y habilidades en el combate—terminando su frase con una risotada.
—no me molestes. De todos modos sigo creyendo eso, anoche a cada instante pensaba en que de pronto saldría algo y escuché susurros a cada momento.
—Sí…—dijo Eridriel—es que hablo dormida.
En ese minuto Celes se detuvo y abrió los ojos desmesuradamente. No dijo nada ni se movió, solo permaneció así y nadie comprendía que le sucedía. Luego alzo una mano hacia una cima que se veía a lo lejos.
— ¿Qué te pasa celes?—le pregunto Rodric— ¿viste algo?
Entonces los miró a todos. Tenía una cara muy pálida y se notaba que algo grave le pasaba. Sin embargo al parecer las palabras no le salían. Estaba aterrada.
—creo que… algo… se acerca…
— ¿Qué?—le pregunto exaltado Rodric— ¿de qué hablas? ¿Estás segura?
—vi un dragón…
No acababa de decir esto cuando una gran sombra pasó sobre ellos, era lo que temían, Celes tenía razón.
En frente de ellos había un majestuoso dragón salvaje, rojo como la sangre y tan grande como los eran en su etapa adulta, sedientos de carne humana y malvados en sus torturas al cazar.
El ser alado acercó su enorme cabeza hacia ellos y profirió un rugido enorme. Estaba furioso. Los iba a matar.
— ¡Que vamos a hacer ahora!—grito Eriol— ¡Es un Dragón Salvaje!
Thomas sintió como un escalofrío recorría todo su cuerpo. Un Dragón. Nunca antes había visto uno, mucho menos enfrentado a un ser como ese. Su espada nunca podría atravesar las fuertes escamas de la bestia y correr no tenía sentido dado el tamaño y velocidad que tenia.
Estaban perdidos.
—Déjenmelo a mí—dijo valientemente Thomas que sacó su gran espada para combatir al dragón. No sería comida de Dragón sin al menos intentar luchar—algo hay que hacer pues no moriremos aquí. No lo permitiré.
—Yo también voy—dijo Rodric—mí Espada Negra es más dura que el acero.
Rodric tenía razón. Su espada estaba hecha de rarísimo Material Negro, un metal solamente trabajado por los Enanos Negros. El padre de Rodric había obtenido esa espada en la Guerra de las Tierras, donde los Enanos y los Humanos se habían unido para exterminar las Hordas de Garrios comandados por un Basilisco llamado Lord Granford que quería dominar toda la costa de Benetas. Allí, Fredic Sarbrigd vio morir a su compañero Enano y éste antes de perecer le regalo su preciada espada. Hoy era Rodric quien poseía esa imponente arma, capaz de atravesar al Dragón. Era la única esperanza.
Tal vez, tenían una oportunidad. Thomas ideó un plan que comunicó rápidamente a Rodric. Era básico, pero en la situación que se encontraba era lo único que podían hacer.
Ambos fueron a enfrentarse a la bestia que de inmediato se acercó con sus fauces dispuestas a tragarlos. Mientras Thomas trataba de distraerlo, Rodric intentaría atravesar al reptil. Pero la ventaja que tenía en el aire no lo dejó poder atacarlo, y con una garra hirió a Thomas al tratar de cazarlo.
Rodric aprovechó esa oportunidad para lanzarle una estocada y cortarle en gran profundidad el cuello. Un río de sangre brotó de la bestia, pero entonces el dragón lanzo su aliento de fuego incandescente e hirió a Rodric en su pierna derecha.
Eriol corrió a socorrerlo mientras Thomas tomó la Espada Negra de Rodric y se la lanzo al enterrándosela en una extremidad. Sin embargo no fue suficiente, el lagarto seguía lanzando fuego y atacando con sus garras.
Se creyeron perdidos, pero entonces ocurrió algo que nadie esperaba. Oriele sacó un arco y una flecha de origen Duergar, la tensó con todas sus fuerzas y haciendo acopio de una magnifica puntería se la lanzo al dragón con tal habilidad que le llegó en el corazón. La bestia murió al instante cayendo a unos metros de donde ellos estaban.
Milagrosamente estaban salvados. Thomas recordó como Oriele le había contado en cierta ocasión sobre sus capacidades de Cazadora Experta, sin embargo había pensado que sólo se trataba de alardes por parte de la mujer. Ahora gracias a ella estaban salvados, pero tenían a Rodric herido y Celes lloraba desconsoladamente.
— ¿Cómo hiciste eso?—Pregunto sorprendido Eriol a Oriele—eso fue sorprendente.
—Soy una Cazadora profesional y estas son flechas hechas por los Duergars, las más fuertes y únicas capaces de atravesar la coraza irrompible de escamas de dragón…—Explico Oriele—además poseen un veneno tan poderoso que sólo debo apuntar al corazón de una bestia y morirá al instante, este era un dragón bastante débil.
Aunque tenía una actitud de autosuficiencia y alardeaba mucho, Oriele los había salvado. Le debían su vida a ella. Thomas no creía ver en Oriele malos sentimientos, sino más bien una coraza sobre su corazón. Algo quería proteger y por eso tenía ese mal carácter.
Recordó cuando le pregunto a Eridriel la razón de esa actitud. La respuesta de la muchacha fue muy escueta:
—cuando éramos pequeñas sufrimos mucho. Oriele pasó por muchos problemas…
—lo entiendo, pero tu pareces llevarlo mejor.
—ella se llevo la peor parte. Desde que somos huérfanas se tuvo que transformar en mi madre, además de todo lo que ya tenía que soportar.
—aun así…muchas veces hiere a la gente…creo que deberías hablar con ella y hacerla cambiar…
—Thomas…yo le debo todo a Oriele. Sé que muchas veces su carácter es fuerte, pero es así. Solo puedo aceptarla, por todo lo que ha sufrido por mí y por ella.
En conclusión, Thomas había entendido que por todo lo que habían tenido que pasar en su infancia, Oriele se creó un escudo para poder ser más fuerte y que sus sentimientos y flaquezas no intervinieran en su lucha por salir adelante.
Era una historia muy triste. A pesar de que Oriele muchas veces le había parecido una mujer irritante, también Thomas veía en ella una carencia de compañía y afecto.
Si iba a estar junto a ella durante varios meses que quedaban de camino, entonces trataría de ayudarla. Algo debía de hacer por ella.
—Muchas gracias, Oriele—decía Eriol—sin ti ese Dragón nos hubiera comido.
—Les dije que me comprenderían cuando las conocieran, ellas no son ni frágiles ni débiles. Gracias por derrotar al dragón Oriele—dijo Thomas— ¿Cómo está Rodric?
—Bien, tan solo fue una quemadura—respondió Eriol—pero esta inconsciente.
—Yo sé algo de medicina en general—dijo Eridriel—déjame verlo—la joven se acerco al desfallecido cuerpo de Rodric y tomó su pierna. Era una quemadura bastante fea.
—Son sorprendentes—le comento Eriol a Thomas—nunca pensé que una mujer les ganara. Esa habilidad con el arco no es algo fácil de aprender. De seguro que está al nivel de Rodric en tiro al blanco. Es magnífica.
—Desde que las conocí no término de sorprenderme… ¡ese maldito dragón me cortó el emblema de Thoren, ahora no represento ningún país como guerrero…!
En ese momento Eridriel dijo:
—tan solo puedo vendarlo, pero es necesario que lo llevemos a un centro de cura.
—Yo lo llevo—dijo Eriol—su caballo lo seguirá.
—Esperemos que en Darekhano encontremos un doctor—Celes estaba muy preocupada.
Entonces montaron lo más rápido posible y salieron de las montañas en el menor tiempo posible. En sus corazones habían plasmado dos sentimientos: el de preocupación por la vida de Rodric y el de orgullo al ser los primeros después de Dreggett en pasar por las montañas fantasmas.
De pronto salieron a un gran páramo lleno de fresno moviéndose al ritmo de la briza que los azotaba. Mas allá animales pastando, vacas y caballos, y a lo lejos—muy lejos— había una ciudad con muchas casas a la que se dirigieron sin dudar.
Habían atravesado las Montañas Fantasmas.
Rodric necesitaba un doctor urgente.


2 comentarios:

  1. Oriele la lleva! es ruda, me encanta! xD
    y pobre Rodric... qué va a pasarle????

    te quiero!!!

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  2. jajjajajaja....que eres loca. Me recordó a lo Sailor Marte xD
    Yo también te quiero remucho :P

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